Lo estamos leyendo y escuchando por todas partes: hay que limitar el consumo de azúcar, el azúcar es malo, pero… ¿por qué?

Empezaré explicando que utilizamos la palabra «azúcar» para referirnos a muchos tipos de hidratos de carbono. Hay dos tipos de carbohidratos:
Complejos – son los carbohidratos contenidos en los cereales, tubérculos, legumbres, hortalizas… Son saludables, sobretodo si los tomamos en su versión integral. Su absorción es más lenta y la energía que aportan es gradual, por eso sacian más, retrasan la sensación de hambre y ayudan a controlar los niveles de azúcar en sangre. Además, son ricos en fibra, vitaminas y minerales.
Simples – Constituyen la forma más rápida de energía para el organismo. Mucha de su energía no se va a utilizar y puede almacenarse en el cuerpo en forma de grasa. Su valor nutritivo es menor y se recomienda consumir en pequeñas cantidades; por ejemplo, no superar el 10% de la energía total. Dentro de estos carbohidratos, distinguimos algunos:
– Fructosa, la contienen las frutas. Si se toma la fruta entera, ingerimos también la fibra y esto hace que sea un carbohidrato muy saludable.
Glucosa – Necesaria para el organismo. Nuestro cuerpo es capaz de convertir todos los carbohidratos que ingerimos en glucosa.

¿Cual es, entonces, el azúcar que debemos evitar? La SACAROSA. La sacarosa es un disacárido: es decir, un hidrato de carbono que se forma a partir de la unión de dos azúcares monosacáridos. En el caso concreto de la sacarosa, los azúcares que se unen son la glucosa y la fructosa.

Los cristales de sacarosa adquieren el color blanco a partir de la difracción de la luz. Por su sabor, la sacarosa es el edulcorante más popular. Esto quiere decir que se le añade sacarosa (azúcar común) a los alimentos que se desean endulzar.

Así pues, no es lo mismo la GLUCOSA que la SACAROSA, que es el azúcar que debemos de evitar.
¿Qué efectos tiene la sacarosa en el organismo?
Al absorberse en el aparato digestivo, se incrementa el nivel de glucosa en la sangre ante lo cual el páncreas comienza a secretar insulina. Esa hormona “abre la puerta” para que la glucosa pueda entrar a las células de nuestro cuerpo a fin de proporcionarles energía. Varias hormonas juegan un papel preponderante en este proceso, pero cuando consumes demasiado azúcar —al punto de que tus células ya no la necesitan como fuente de energía— ese exceso se acumula en forma de grasa alrededor de tus vísceras. Esa grasa que vemos en el área abdominal nos predispone a una condición llamada resistencia a la insulina o estado prediabético.

El consumo de bebidas azucaradas, especialmente refrescos, ha experimentado un ligero descenso en España, pero sigue representando una fuente significativa de azúcar añadido y por consiguiente un riesgo para la salud cardiovascular. Un estudio publicado en la revista Atherosclerosis revela un riesgo 16% mayor de sufrir daño en las arterias coronarias entre los consumidores habituales de bebidas azucaradas.

Además, el consumo excesivo de azúcar añadido reduce la facilidad con la cual se realizan las conexiones entre células cerebrales, disminuye la capacidad de recordar y afecta la habilidad cognitiva, especialmente en personas adultas mayores. Asimismo, podría incrementar el riesgo de desarrollar demencia, según investigaciones sobre los efectos del azúcar.
El azúcar blanco de mesa es sacarosa y nada más: no posee vitaminas, minerales, aminoácidos, ni grasas. Por eso se dice que aporta calorías vacías. El cuerpo transforma la sacarosa en glucosa, que es el principal combustible de las células. ¿Dónde está el problema entonces?
1. Favorecen la acumulación de grasa

En que cuando la sacarosa entra pura en el cuerpo, sin otros compuestos que la acompañen, se comporta como yesca en un bosque: provoca incendios. Para sofocarlos, el páncreas actúa de bombero y produce desesperadamente insulina para reducir los niveles de glucosa en sangre y trasladarla a los distintos órganos, músculos y células nerviosas, que obtienen así energía.

Pero si el aporte es continuo y supera las necesidades de las células, acaba acumulándose en forma de grasa en el abdomen, el trasero y el resto del cuerpo.
2. Te roban nutrientes

El metabolismo del azúcar no solo no aporta nada interesante, sino que resta: su asimilación o transformación en reserva precisa de la participación de vitaminas y minerales (vitamina B1, cromo, cinc, magnesio…) que no pueden ser utilizados en otros procesos fisiológicos.
3. Estresan a tu hígado

Además, tras el incendio –la subida rápida de glucosa en sangre– solo quedan cenizas y las células de todo el cuerpo vuelven a tener hambre de glucosa. Por eso las células reclaman más combustible, y lo hacen más rápidamente de lo que las reservas en el hígado (el glucógeno) pueden volver a convertirse en azúcar útil.

Entonces el cuerpo se estresa y produce adrenalina, que «exprime» el hígado para sacarle la glucosa más rápido. Esto altera el funcionamiento del hígado, cuya tarea principal no es esta, sino depurar las sustancias tóxicas.
4. Tu respuesta al azúcar pierde eficacia

Por otra parte, las células se acostumbran a los niveles altos de insulina y esta pierde eficacia. Como consecuencia de estos procesos, el consumo de azúcar puede estar en el origen de enfermedades como la obesidad y la diabetes, e, indirectamente, de trastornos cardiovasculares, cáncer y alteraciones inmunitarias y emocionales.

Bibliografía: www.cuerpomente.com, www.aarp.org, www.alimente.elconfidencial.com, www.WHO.com


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